“Llamar cultura al sadismo organizado, a la violencia,
a la muerte o al dolor, es un insulto a la propia inteligencia, al
desarrollo de nuestra evolución”. Encontrarse en pleno siglo XXI y ver todavía animales sufriendo a
manos de un puñado de personas por diversión es algo que jamás entenderé. Es
algo que va contra la moral que se nos está intentando infundir desde el
colegio, contra la “moderna mentalidad” de la que fanfarroneamos hoy en día.
La
cultura es todo lo que heredamos de nuestros antepasados, aquellas actividades
que años atrás se realizaban en el país. Sin embargo, no por ello estamos
obligados a tomar al pie de la letra todas y cada una de ellas, sobre todo si
suponen un espectáculo basado en acabar con la vida de un animal. Hace tiempo,
la tortura por diversión era muy habitual en fiestas y celebraciones. No me
refiero, solamente, a las “tan justas” batallas de cristianos contra leones en
los coliseos romanos, por el único motivo de contentar al emperador, no. No
hace falta alejarse tanto para ver que aquí mismo, hasta hace unos años se
colgaban gallinas por el cuello hasta que muriesen, o se lanzaban cabras desde
lo alto de un campanario. La tauromaquia es una de las pocas que, con el paso
de los años, ha sobrevivido las vicisitudes y los cambios hacia una era más
moderna. Pero ya se van observando cada vez más antitaurinos con el lema: “Tortura. Ni arte ni cultura”.
Una
de las primeras zonas en subirse a este tren contra la hipocresía fue Cataluña,
prohibiendo las corridas de toros por completo, y no quedará mucho para que
algún vecino se una a ésta para abolir de una vez por todas esta actividad tan
delictiva como insensible. La única solución posible que está en
nuestras manos es salir a la calle y manifestarnos por los derechos de los
toros, ya que ellos, por sí mismos, no pueden defenderse del “valeroso” torero,
escondido detrás del burladero. “La crueldad es la fuerza de los cobardes”.
Dedicado
a dos antitaurinos de corazón como Axel Amorrortu y Adrián Nogales.